"?lo más terrible de la enfermedad del insomnio no era la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no sentía cansancio alguno, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido. Quería decir que cuando el cuerpo enfermo se acostumbraba a su estado de vigilia, empezaban a borrarse de la memoria los recuerdos de la infancia, luego el nombre y la noción de las cosas, y por último la identidad de las personas y aun la conciencia del propio ser, hasta hundirse en una especie de idiotez sin pasado".

Hasta hace una década, no eran tantas. Claramente, demandaban el uso de contraseñas el cajero automático (o la caja de seguridad del que guardara la plata bajo el colchón), la computadora y el correo electrónico. Hoy, conforme la Era de la Información avanza, y el peligro del robo de identidad acecha, esos mismos campos han multiplicado exponencialmente el uso de los mentados passwords. Hay que tener clave no sólo para extraer dinero físico sino también para homebanking y el fonobanking (operaciones bancarias por internet o por teléfono) y para las transferencias bancarias por vía informática. Con el e-mail casi fosilizado, la comunicación online se ha diversificado en Facebook, Twitter, Google+, MySpace e infinidad de redes sociales, cada una con "nombre de usuario y contraseña".

Por si el abanico no fuera ya lo suficientemente amplio, la tecnología habilita el uso de una "palabra clave" para las tablets, las consolas de juego, los teléfonos celulares y hasta los automóviles. Y en este caso, para el encendido: no para el reproductor de audio. Si después hay que contar los nuevos servicios para los que hay que usar un "pase", que van desde los sitios de compra online hasta los foros de opinión en los diarios, cae de maduro que en ningún momento de la historia, tanta gente necesitó emplear tantas claves secretas. Mucho menos, para llevar adelante las tareas más normales.

Exceso y defecto

De un lado, aparece la tendencia cada más expansiva a la personalización. Del otro, los esfuerzos cada vez más notorios de los sitios web para rastrear las preferencias de los usuarios.

En medio, la sobrecarga de contraseñas es un padecimiento cada vez más común, que ha desencadenado un paradójico fenómeno. Porque cada vez más gente se da por vencida y o comienza a repetir cíclicamente sus password o, directamente, usa el mismo para todos los casos. En consecuencia, tiene cada vez menos seguridad aquello que, justamente, más seguridad demanda.

Ahora bien, de acuerdo con estudios realizados en el campo de la neurociencia, la cuestión admite cuanto menos el beneficio de una duda: ¿de verdad es mucho lo que hay que recordar o, en realidad, nuestra capacidad mental es cada vez más insuficiente?

Gestitos de idea

Una investigación del Trinity College en Dublín, Irlanda, publicada por la versión europea de PC World, pautó que la persona promedio debe recordar unas cinco contraseñas, otros tantos números PIN, dos matrículas de autos y tres números de cuentas bancarias sólo para manejarse en su vida cotidiana. Para los investigadores, no se trata, ni remotamente, de una cantidad de información imposible de manejar. Por el contrario, advierten que los problemas para memorizar las contraseñas se vinculan con las débiles formas de recordar que les han enseñado a la mayoría de las personas. Y prueban, estadísticamente, que con métodos estándar de memorización, recordar docenas de contraseñas resulta muy fácil.

En Internet ya puede verse, desde hace ya un buen tiempo, una reacción a este problema... Al de la sobrecarga de contraseñas, no al de la poca ejercitación cerebral. Correos como el de Yahoo! ofrecen sellos de seguridad a sus usuarios. Otros portales ofrecen, también, "manchas de seguridad". Hay sitios como Hashpass que generan automáticamente contraseñas seguras a partir de una contraseña maestra y un parámetro (el servicio aclara que el password se genera en una ventana emergente, de modo que -asegura- no se transmite al servidor del sitio). Y otros como Passface postula como solución al problema de las contraseñas el sistema de reconocimiento facial.

Epidemia de insomnio

Simultáneamente, la red está llenándose de páginas con recomendaciones no para ejercitar el cerebro (que se atrofia como cualquier músculo del cuerpo que no es empleado) sino para usar un único patrón de contraseña y alterarlo. Unos sugieren usar una única palabra y, según dónde se la use, modificarla cambiando una letra. Por ejemplo: Tucuman71 para el e-mail, Tucunam71 para el Facebook, Tucamun71 para el Twitter... Otros sugieren una raíz común: para el correo electrónico, mymail; para la computadora portatil, mynotebook; para el teléfono móvil, myphone. En este caso, recomiendan intercalar cifras o signos (el cero en lugar de la "o", el @ en lugar de la "a"). Pero nada de ello es garantía a prueba de memorias frágiles.

Precisamente, que tantas cosas para recordar que terminen quitando el sueño ya fue profetizado por Gabriel García Márquez en Cien años de soledad. En el ya mítico Macondo, una fiebre de insomnio aqueja como una epidemia, y el resultado es que los habitantes olvidan los nombres de los objetos y deciden colocar carteles (silla, mesa, pared, cacerola y hasta un "Dios existe") a fin de no quedar desmemoriados por completo, como almas en pena. Por suerte, todo pasa antes de que se cumpliera una muda angustia: ¿Y si se olvidaban cómo leer?